En las últimas décadas, el Tatmadaw, nombre que reciben las fuerzas armadas birmanas, ha tenido una enemiga a la que ha retenido, liberado, permitido ascender el poder y, ahora, derrocado: Aung San Suu Kyi, la hija de quien fundó el propio Tatmadaw.
Aung San, el padre de Aung San Suu Kyi, es considerado un héroe del proceso de independencia por el que Myanmar, antigua Birmania, dejó de ser una colonia británica en 1948. Pero también es recordado como el fundador de las fuerzas armadas modernas de este país. Sin embargo, este mismo órgano se ha convertido en el principal rival de su hija, a la que ve como un peligro para sus planes de mantener un férreo control militar sobre una nación muy diversa, donde la política, la religión y la convivencia de más de un centenar de etnias ha disparado más de una vez sangrientos conflictos internos.
Desde que se convirtiera en un país independiente, Myanmar ha sufrido tres golpes militares. El último de ellos, a principios de febrero, cuando el Tatmadaw detuvo a líderes civiles entre los que estaban el presidente, Win Myint, y su consejera de Estado (y lideresa de facto), Aung San Suu Kyi. Tras hacerse con el control del país asiático, los militares decretaron un año de estado de emergencia y colocaron a generales en puestos clave, alegando fraude en las elecciones del pasado mes de noviembre. En estos comicios, los candidatos del ejército apenas obtuvieron 33 de los 476 escaños del Parlamento, mientras que el partido de Aung San Suu Kyi, la Liga Nacional por la Democracia (NLD por sus siglas en inglés), consiguió la reelección con el 83% de las curules.
Una rivalidad de tres décadas
Aung San Suu Kyi es una figura muy popular en Myanmar. Después de que su padre fuera asesinado cuando ella tenía dos años, creció entre India y Reino Unido, donde estudió filosofía, política y economía. Volvió su país a cuidar a su madre en 1988, el año en que el Tatmadaw llevó a cabo su segundo golpe de Estado. Por esa época, ella comenzó a participar en la política para extender la democracia en el país asiático, algo que le costó un total de 15 años de arresto domiciliario repartidos de manera intermitente entre 1989 y 2010.
Durante buena parte de este periodo, Aung San Suu Kyi estuvo separada de su familia, ya que la Junta militar que gobernó el país entre 1988 y 2011 le negó la entrada a su marido, británico. Este falleció de cáncer sin haberla podido ver en los últimos cuatro años, pues ella tampoco quiso salir de Myanmar por miedo a que no se le dejara volver. Su activismo le valió el Premio Nobel de la Paz en 1991.
Cinco décadas en manos militares
Esta no es la primera vez que el partido de Aung San Suu Kyi gana unas elecciones y el ejército las anula y se niega a entregarle el poder. Lo mismo ocurrió en los comicios de 1990.
El Tatmadaw lleva varias décadas inmiscuyéndose en el escenario político de Myanmar. Ya desde el primer golpe de Estado, en 1962, los militares sentaron las bases para mantener el control del 25% de las curules y de los ministerios de Interior, Defensa y Fronteras, así como la facultad de nombrar a uno de los dos vicepresidentes. Hace una década, cuando las fuerzas armadas se comprometieron a permitir elecciones libres, cambiaron las normas para prohibir que alguien con familiares extranjeros alcanzara la presidencia. Es por eso que Aung San Suu Kyi, cuyos hijos son británicos, no pudo presentarse directamente a este cargo en 2015, cuando su partido ganó, y tuvo que ejercer oficialmente como consejera de Estado.
El Tatmadaw ha sido acusado de haber violado derechos humanos en los múltiples enfrentamientos que ha tenido con numerosos grupos insurgentes como los de la etnia karen o del Estado de Wa. Pero el conflicto étnico que por el que más se le ha criticado es precisamente el que hace pocos años hizo que Aung San Suu Kyi perdiera prestigio a nivel internacional: el de los rohinyás.
Los rohinyás son un pueblo musulmán que Myanmar, un país de mayoría budista, no reconoce como nacionales. El gobierno birmano asegura que provienen del vecino país de Bangladesh pese a que llevan décadas viviendo en su territorio. Bangladesh tampoco los considera sus ciudadanos, lo que ha llevado a que se conviertan en un colectivo apátrida y una de las poblaciones más perseguidas del mundo.
Si bien sufren discriminación de manera constante, en los últimos años ha habido episodios mucho más violentos que han desencadenado un éxodo de rohinyás. Uno de ellos, una campaña militar contra esta minoría en 2017 bajo el gobierno de Aung San Suu Kyi, está siendo investigado por las Naciones Unidas como genocidio, unas acusaciones que ella rechazó. Su apoyo a los militares en este asunto acabó con su prestigio fuera de Myanmar y muchos renegaron de que se le hubiera concedido el Nobel de la Paz.
Durante los últimos cinco años, Aung San Suu Kyi ha tenido que hacer malabares para gobernar con los militares dentro de su gabinete y poder avanzar en el proceso democrático al mismo tiempo. Ahora, el Tatmadaw, comandado por el general Min Aung Hlaing, vuelve a estar completamente al mando del país y el destino de la hija de su fundador es incierto.